jueves, 15 de marzo de 2012

Otra mirada al Dublín de Patio Bellavista

Es probable que cualquier intento por disfrutar de una buena cerveza en un bar agradable, resulte menos costoso que animarse a disfrutarlas en un lugar que destaca por parecer el pariente pobre del Patio de Bellavista.
Con una arquitectura interior que se destaca por la optimización del espacio, el exquisito mobiliario que viste el bar, engalana y aporta por su elegancia y comodidad, regalándonos un cuadro típico del imaginario colectivo de una taberna británica, sin embargo, todo lo anterior, no pasa de ser una buena maqueta en tamaño real de la casa de San Patricio.
La atención en el bar es en extremo despersonalizada y se torna, en ocasiones, desprolija. En un contexto atestado de mesas, sillas, televisores y música a un volumen excesivo, lo anterior pudiera ser normal, sin embargo, condicionan la comunicación en su interior. La conversación íntima, cercana, se vuelve un sacrificio, la relación cliente - garzón(a) es a gritos y codificada, casi telegráfica, sin mencionar que nuestro entorno visual se reduce a nuestro vaso, interlocutor y algún televisor.
La ambientación, contextualizada en el estilo Belle Époque, es apoyada por tenues apliqués con luz ámbar, la que es prolijamente complementada por el mobiliario en tono chocolate, tanto por su color, como por su parentesco formal con las clásicas sillas Thonet.

Si bien el bar oferta como la reina de su carta, a la cerveza negra más famosa del mundo, no es suficiente para que la balanza se incline a su favor, considerando que al cabo de tres Guinness requeridas, ningún(a) garzón(a) tuvo la deferencia de explicar que para disfrutar de un óptimo sabor, ésta debe ser enérgicamente batida, activando de esa manera el carbónico que le otorga su corona de espuma que la caracteriza. Si bien es algo que sabía y por cierto hice, hubiese esperado más de la atención.

En un baño para hombres, cuidado, impecable y aromático, destaca un colorido y detallado mural en mosaico que enmarca el espejo principal de la habitación. Espacioso y luminoso, el servicio entrega un oasis de tranquilidad que abstrae de la multitud asistente y es a la vez un intermedio, a mi parecer, necesario, a la incesante resonancia del 90’S Greatest Hits que estorba por alto su volumen.
 Me parece poco decoroso y bastante desconsiderado que sean las jóvenes meseras las encargadas de mover, cargar y reponer los toneles de cerveza que abastecen los grifos dispensadores de la barra. Si considero que todo lo anterior ocurre a vista y paciencia de nosotros, los clientes, en los estrechos pasillos que se abren paso entre la sobre población de mobiliario que anega el lugar, debo confesar que resulta tortuoso…

De Dublín, solo el exagerado verde de los muros.
Un trébol de dos hojas para el bar Dublín, es ser generoso.